De seguro en varias décadas más se enseñará en los colegios el nombre de la primera mujer elegida democráticamente como presidenta con el carácter desapasionado que la historia brinda. Salvando las diferencias, será como hoy en día se enseña el nombre de Gabriela Mistral: Nobel de Literatura, Profesora Normalista, poco menos que amiga de los niños; y la Mistral militante, la Mistral activista... bien gracias.
Nada se dirá sobre la sorpresa que significa su triunfo en las urnas. Si hasta hace un par de años atrás creíamos asistir a la extinción de la Concertación como conglomerado político. Si en nuestro país era impensable que fuese electa una mujer como presidente. Si ella y Alvear son expresión de un fenómeno mediático y social que se les escapó de las manos a los señores del poder –aunque igual fueron capaces de retomar el control finalmente los Escalonas, los Zaldivar y los Expansiva, entre otras varias joyitas de nuestra política aborigen-.
Como sea el hecho es indiscutible. Ella ha entrado en la historia. Y sin más por ahora vaya mis sinceras felicitaciones a aquellos y a aquellas que en esta hora sienten que este triunfo les pertenece.
Para cuando haya pasado el ruido de la alegría dejemos la lectura crítica de los desafíos, tensiones y conflictos que se nos vienen.
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