domingo, abril 10, 2005

Los Escritores

Aquellos que escriben son como agujeros negros. Como esos que son arrojados por el olvido sobre el cielo empedrado.

Destellos de mala crianza. Absorben todo aquello que la mecánica del cosmos, por pura picardía, pone al alcance suyo.

Como no es cosa de todos los días ver la catástrofe que desploma un agujero negro, los escritores siempre tendrán la sala de las nostalgias repleta. Y un balcón de honor reservado a esa “ella” esquiva y eterna.

Nunca se supo por qué mal humor la cabeza les gira tan aprisa. Ni nadie intentó entender la tentación de la ironía que han bebido.

Llegar a creer que su oficio es condición de los equilibrios mentales, es lo mismo que darles un voto de confianza cada vez que sostienen que son capaces de señalar el sitio en que se ubica el borde cronológico de las naciones.

Los que son presa del vicio de los fonemas no saben de medidas. No tiene mensura la masa que su alquimia sonora ha hecho desaparecer. Ni tiene mensura la angustia de la vela con que se alumbran por dentro.


Claro que estas cosas jamás se dirán en voz alta, pues la palabra ya tiene suficientes enemigos.

viernes, abril 01, 2005

Teoría y Protocolo

Si el misterio de la nota perdida y los acordes en otros tiempos se hicieran carne, sería el acceso a la caída del granizo. No habría quien pudiese poner freno a la rabiosa persecución del viento.

La melodía revelada tendría por apertura la detonación del trigal maduro en el largo punto de fuga del fin de semana: eclipse al asedio, la lealtad abandonada.

La apreciación musical se vería detenida entre el giro y la traslación lésbica de dos estrellas de nalca. Envejecidas ambas al haber parido la valentía y la maternidad.

Sobre esta latitud de la senescencia habría de cursarse la invitación a celebrar la resurrección de los senderos. Trampa cruel, si la alegría de las niñas se tiñe de azul, asfixiada por negras aguas amargas.

Los remordimientos no alcanzarían hospedaje. Las aguas ardientes abrirían el paso al argumento fugado desde el calabozo y la mordaza que la mano en desvelo sostiene.

A continuación, un brinco al olvido. Tan alto como el que da la gaviota furiosa. Se alcanzaría un buen disfraz.

Telas y colores: un tránsito en el umbral extinguible del trueno.

Así se dibuja el refugio dónde el falso testimonio y el juramento en vano descansan.

La prudencia manda no hacer mofa de las mariposas ingenuas, si es que sostienen que llevan una navaja en las alas para apuñalar al viento.